ORLANDO GONZÁLEZ, Tfe.
Dicen que el cazador es exagerado por naturaleza. Y puede que lo sea, porque en la naturaleza todo se magnifica. El contacto con ella te embarga y te atrapa. Un sonido, un olor o una luz al aire libre pueden convertirse en irrepetibles, al igual que un lance de caza. El que lo ha vivido lo sabe, y el que lo ha sentido comprende que no le saldrá nunca más de su interior. Como el amor, o como el odio.
El próximo domingo a estas horas en las que ahora, usted como lector, está dando sentido a estas palabras habrá en los campos canarios miles de cazadores. Los habrá altos y bajos, morenos y rubios, viejos y niños. Muchos niños. Dentro de siete días comienza en gran parte de las siete islas la ansiada temporada de caza, una de las prácticas deportivas con más aficionados en Canarias, unos 17.000.
Pese a ser una actividad cuyo futuro se presenta incierto, por la sobreexplotación y por las enfemedades que afectan al conejo, cada año aumenta el número de practicantes, sobre todo jóvenes. El porqué tal vez habría que estudiarlo, pero tal vez el secreto esté en la propia naturaleza.
El cazador puede vivir muchos días de caza, unos más intensos que otros, pero el primero de la temporada es especial, diferente, siempre corto. En él piensa desde el último día de la temporada anterior, cuando un contradictorio sentimiento le invade al finalizar la temporada: entiende que la actividad finalice para que la naturaleza se recupere, pero quiere que no acabe nunca y se agarra al último segundo como si no volviera a tener ese tiempo nunca más.
Ocho meses después del último lance, la primera jornada de caza, o cacería, como se dice en las Islas, se vive desde mucho tiempo antes. Si eres mayor, algo menos, pero si todavía eres niño, un pequeño ser invisible te recorre el cuerpo y se para en el estómago. Ahí permanece día y noche, pese a que en ocasiones se logre esquivarlo entre sueño y sueño. Ese pequeño ser, lejos de desaparecer, va creciendo cada día hasta que se hace inmenso la jornada previa al inicio de la caza. Por momentos no cabe en el cuerpo. Mientras preparas la mochila, con la sonrisa cómplice de papá o el abuelo, el estómago se encoge. Oyes a los perros y el corazón te late. Te imaginas en el campo.
Cuando llega la noche, hora del descanso, la cama te acoge con la misma calidez que el resto de días, pero algo en el ambiente no te deja pegar ojo. Los minutos se hacen horas. El reloj no avanza. Apenas das una cabezadita de madrugada, pero tienes la sensación de haber dormido demasiado. Sin embargo, todavía no es la hora. Sigues dando vueltas y más vueltas en la cama...
Pero al fin llegó la hora de levantarse. Ni siquiera esperas a que te vengan a llamar. Pese a no haber dormido bien estás bien despierto, algo nervioso, y muy feliz. Llegó el gran día que habías esperado, por el que llevabas esperando tanto tiempo. Preparado el bocadillo, si es de sardinas, mejor, -aunque se han introducido otras novedades- toca salir de caza, con tus perros y el hurón. El pequeño ser que esta dentro se libera. Luego, la jornada puede que sea mejor o peor, que la suerte te acompañe o que te sea esquiva, pero la esencia de la cacería, la ilusión por enfrentarte a la naturaleza con sus mismas armas, ya está justificada.
El colectivo de cazadores, tan numeroso en las Islas, se enfrenta al gran dilema de mantener una caza tradicional, la que refleja el niño que vive con ilusión su primera jornada de cacería, al margen de los resultados, o la que pretenden conservar, a toda costa, muchos cazadores del Archipiélago. Es esta última la que, en gran medida, ha contribuido a que a la sociedad se haya traslado una imagen errónea de este grupo; a que la sociedad haya estigmatizado a este numeroso conjunto de personas que, sin embargo, se muestra comprometido y defiende la naturaleza.
Actuación urgente
El crecimiento desmesurado del Archipiélago, las enfermedades de los conejos y la sobreexplotación han motivado que algunas zonas de caza no hayan resistido la presión cinegética. Es por ello que se plantea la necesidad de actuar de forma urgente para no tener que lamentar en el futuro unas consecuencias que podrían ser irreparables.
Las medidas a aplicar no parecen estar claras, entre otras cosas porque poner de acuerdo a un colectivo de 17.000 personas -el 80% caza el conejo y el resto perdices u otras especies de pluma- no resulta una tarea fácil, pero parecen ir encaminadas a la reducción de los días hábiles para el uso de la escopeta, un mayor control de los predadores, el desarrollo de una caza "moderada" y una reintroducción "controlada" y con criterios científicos. "Las medidas son impopulares, pero habrá que tomarlas", advierte el presidente de la Federación Canaria de Caza, José Enrique Sánchez.
Con todo, parece que, poco a poco, el colectivo se va dando cuenta de que si no se hace algo con la caza en Canarias ésta puede tener los días contados. Los pasos, en cambio, son lentos.
Para la temporada que comienza las perspectivas son inciertas, según comenta el responsable federativo, que pide a los cazadores que sean "conscientes" de la situación. En algunas islas -La Gomera y El Hierro- parece que habrá abundancia de conejos y perdices, sin embargo en el resto la población cazable está concentrada en zonas determinadas.
En las más orientales -Fuerteventura, Lanzarote y Gran Canaria-, por ejemplo, la caza del conejo no tendrá su mejor año; sin embargo, sí habrá una buena cantidad de perdices. En Tenerife, por su parte, las poblaciones de conejo están concentradas en las zonas de costa y medianías. La cumbre -El Parque Nacional del Teide y alrededores-, por el contrario, no arrojará buenos resultados. También se espera una buena campaña en La Palma.
Más allá de cantidades, concepto este poco compatible con la esencia en sí de la caza, a los cazadores se les pide respeto, por la naturaleza, por la tradición y, por supuesto, por el futuro, para que la jornada previa al inicio siga siendo motivo de ilusión.
Fuente: ELDÍA.es