Al desaparecer esa necesidad de alimentación inicial, en la actualidad
su identidad debería estar claramente definida y abocada a ser una
herramienta de conservación y estabilización de las poblaciones de fauna
silvestre, ya que representa un movimiento social y cultural
importante, y de él puede beneficiarse el mundo rural y medio ambiental.
El hombre es cazador por naturaleza, y así se le ha identificado a lo
largo de los siglos. Un instinto, cazar, que el individuo lleva en sus
genes y que ha persistido hasta nuestros días. Una propensión, la de la
caza, que perdurará mientras permanezca la existencia del hombre, pero
que sólo es justificable hoy como un instinto atávico inherente al ser
humano actual, la acción de cazar bajo su instinto ancestral más moral,
ético, respetuoso y sostenible con lo que le rodea y le afecta, y que se
realiza en momentos de ocio, de forma recreativa, para adentrarse en
sus raíces más profundas, ancestrales y naturales, e inhibirse del
estresante trabajo diario y del ambiente urbano y artificial del mundo
moderno.
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