Por si alguien quiere consolarse del recientísimo tercer fracaso de la candidatura olímpica de Madrid, proponemos una sencilla mirada a nuestra naturaleza. Nos espera una buena cosecha de medallas y en Biodiversidad, el oro no hay quien nos lo quite. Biodiversidad es un término que expresa la medida de la variedad de organismos vivos dentro de un área determinada. La variedad no se refiere solamente a especies sino también a algunas variaciones dentro de ellas, como mutaciones genéticas u otras singularidades. Digámoslo muy claramente. España es el país con mayor biodiversidad de Europa.
Cuando se produjo nuestra entrada en lo que entonces se llamaba Comunidad Económica Europea, tras innumerables avatares debidos a las circunstancias políticas de aquella época, no supimos poner en valor de manera adecuada este patrimonio. No cabe duda de que enriquecíamos a una Europa que, o bien había terminado con una parte de su biodiversidad que nosotros aún conservábamos, o bien no la había poseído nunca. Las dos apreciaciones tienen bastante de cierto.
Un paraíso genético
No vamos a presumir de haber sido especialmente cuidadosos con nuestra naturaleza, pero desde luego otros lo han sido menos. España conserva especies relícticas que antaño campaban por sus respetos a lo largo y ancho de todo el continente y que han sido extinguidas por la presión del desarrollo o la exageración cinegética: el polémico lobo puede ser un ejemplo significativo.
Pero es más interesante reflexionar sobre las causas de que España tenga más riqueza en Biodiversidad que ninguno de nuestros vecinos o socios de la Unión Europea. Si reparamos en nuestra posición geográfica, salta a la vista que somos una cabecera de puente entre dos mundos: al norte el gran Reino Paleártico, que comprende no sólo Europa sino buena parte de Asia; al sur la región Etiópica, separada por la gran barrera sahariana.
España situada en el límite entre ambos Reinos Biogeográficos
En ecología se da el nombre de Ecotono, o "Efecto Borde" a estos ecosistemas, como el Ibérico, fronterizos entre diversos reinos. Dicho efecto se caracteriza por un extraordinario aumento de la Biodiversidad, ya que que aparecen especies de uno y otro de los reinos limítrofes. Al tiempo que otras nuevas, diferentes y exclusivas de ese encuentro entre mundos genéticos distintos. En ecología, frontera es igual a riqueza.
Al tratar de estos temas suelen venir como ejemplo a la memoria algunas especies animales espectaculares y emblemáticas, como el lince ibérico, la cigüeña negra, el lobo o el águila imperial, pero el fenómeno es mucho más complejo y comprende también las formas de vida vegetales e incluso los microorganismos. Baste un ejemplo: la provincia de Granada, con más de seiscientas especies endémicas, es decir propias y exclusivas, supera notablemente al registro de dichos endemismos en cualquier país europeo en su totalidad. Algunas especies de pequeñas matas de flor de montaña, aún distan de ser bien conocidas por los científicos.
Si seguimos trazados verticales de norte a sur a través del continente europeo, las diferencias entre especies próximas obedecen muchas veces a patrones y reglas generales: las nórdicas suelen ser más grandes y voluminosas, en tanto que las meridionales se muestran más ligeras y esbeltas. La comparación entre el lince boreal europeo y nuestro lince ibérico puede tomarse como ejemplo representativo. En este caso nos referimos fundamentalmente a los mamíferos. Las aves suelen romper la dependencia de barreras geográficas gracias a su privilegiada movilidad debida a la conquista del vuelo.
Hemos citado ya el mundo vegetal y el de las especies de dimensiones respetables pero si nos sumergimos en el mundo de los invertebrados, el principio de la riqueza de nuestra biodiversidad es todavía más notable. Los entomólogos se asombran de lo mucho que van descubriendo y de las posibilidades de lo que aún nos queda por descubrir.
¿Cuánto vale nuestra biodiversidad?
Poner en valor nuestra Biodiversidad es un buen ejercicio contra los complejos. Si nos preguntamos qué criterios seguiríamos para traducir en dinero el valor de nuestras especies silvestres, no serían despreciables los aspectos puramente científico y cultural, pero no hay razón para desdeñar el puramente económico. El Reino Unido cuenta con más de un millón de licencias de observadores de aves, que son personas cultas y de un nivel económico medio-alto, es decir, excelentes ecoturistas potenciales, algo nada despreciable si queremos diversificar la opción clásica turismo-playa.
Algunos intentos prometedores se están haciendo ya en el terreno del turismo ecológico. Destaquemos el llamado Green Extremadura, que intenta atraer a ornitólogos aficionados a puntos clave para la observación, como algunas dehesas dotadas de escondites y en las que la fauna recibe periódicos aportes de alimento o de agua para que se habitúen a acudir a los puntos de observación.
Las consecuencias conservacionistas de este turismo ecológico son evidentes: ningún paisano considerará como enemigos a los animales que atraen el turismo y la riqueza que ello conlleva, de manera que el dueño del restaurante, del hotel o la fonda del lugar, o el vendedor de recuerdos, estarán más cerca de sufragar un monumento al águila imperial o el buitre negro que a descerrajarles un tiro o intoxicarlas con veneno. Generar intereses es la mejor regla conservacionista, como demostró el verdadero salvador de las ballenas, un genio de los negocios habitante de la costa norteamericana del Pacífico muy frecuentada por ballenas migratorias, cuando levantó una casetilla de tablas que albergaba un telescopio, y puso el siguiente cartel: "vea una ballena por un dólar". La gran lección para los movimientos conservacionistas fue demostrar que, para salvar a las ballenas, había que conseguir que una ballena viva valiera más dinero que una ballena muerta.
Apliquémonos el cuento. La fauna y la flora ibéricas, bien tratadas y gestionadas son un verdadero caudal de oro. La extinción de nuestras especies emblemáticas sería también un desastre desde el punto de vista económico
Y no lo olvidemos: somos más ricos que ningún europeo en materia de biodiversidad. Sólo falta saber cuidarla.