martes, 17 de septiembre de 2013

Un cactus invasor contra la caza: localizado en Haría y Yaiza, en la Península ha ocasionado problemas

Hace dos años, unos cazadores se toparon con un cactus en la montaña de Haría, en la zona conocida como Peña Gopar, entre Capellanía y el Valle de la Triguera, que dejó ‘fuera de juego’ a los perros de la cacería. El cactus, una especie no autóctona, tiene unos pinchos que se clavan fácilmente pero que no se quitan de forma sencilla.
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Recientemente los cazadores volvieron a la zona y encontraron que el cactus se había propagado, que donde antes había dos plantas ahora hay muchas más. Se trata de una especie invasora, posiblemente del ‘Opuntia tunicata’. Los cazadores llevaron una muestra al Cabildo, al departamento de medio ambiente, para que actuara contra la planta, no sólo porque es perjudicial, según dicen, para los perros de caza, sino porque al ser una especie invasora, se corre el riesgo de que se propague y no deje que crezcan otras especies a su alrededor.
De hecho, en la zona de La Degollada ya se han visto otros ejemplares de este mismo cactus. Desde el Cabildo, por otra parte, aún no se ha recibido respuesta. En la sierra de Orihuela (Alicante) hace tres años hubo unos problemas muy graves con un cactus de similares características que se convirtió en plaga, se propagó rápidamente y obligó a cerrar algunos caminos por el riesgo que suponen sus picos.
El caso es que el cactus lo plantó hace más de treinta años Eloíno Perdomo en su finca, según relata él mismo. Perdomo es un gran experto en cactus. Tiene más de 2.000 de todas las partes del mundo en Mala, en lo que se podría considerar el Jardín de cactus original de la Isla. Hizo algunas pruebas hace años en su tierra con ese y con otros cactus y asegura que el cactus ni es tóxico ni tiene por qué expandirse.
Es más, señala que los cazadores no tienen por qué pasar por esa zona, que está alejada del camino porque se trata de un terreno privado y que precisamente son los cazadores, o parte de ellos, los que se dedican a destrozar el paisaje, moviendo piedras que nunca más se van a volver a  colocar porque se ha abandonado el campo y que forman parte del paisaje, y de la historia económica, sentimental y cultural de la Isla.