Ningún cazador gallego es ajeno a lo que está sucediendo estos días de locura colectiva en la que uno se puede desayunar cada mañana con media docena de noticias sobre los daños del jabalí, las quejas de los agricultores y el oportunismo de algunos sindicalistas agrarios ansiosos de chupar cámara para justificar la valía que tienen.
Es la guerra que venimos sufriendo desde hace años sin que nadie sea capaz de propiciar una solución al problema. Una sucesión de pequeñas batallas que se libran día a día en los campos y tecores de Galicia, y cuyos resultados nunca convencen a nadie.
Pero este año es distinto a los otros porque en la búsqueda de una solución definitiva al problema se ha traspasado una línea roja que muchos temían cruzar. Hemos pasado de ser cazadores por ocio y afición a serlo por obligación. Cazadores empujados a soltar sus perros en contra de todo principio de gestión sostenible de un recurso natural como son nuestras especies de caza.
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