Los cazadores tienen derecho a ser respetados como tales y a ser
tratados con dignidad, decoro y honorabilidad, y no perseguidos como
delincuentes ni tratados como infractores potenciales, ilegales y
deshonrosos, por el simple hecho de ser un cazador o estar cazando, pues
los cazadores respetan la ley y los derechos de los demás.
Un derecho, dentro del orden social, que nuestra Carta Magna trata como
fundamental de las personas (art.10.1), el respeto a la Ley de Caza y a
los derechos de los cazadores: “La dignidad de la persona, los derechos
inviolables que le son inherentes, el libre desarrollo de la
personalidad, el respeto a la ley y a los derechos de los demás, son
fundamento del orden político y de la paz social”.
Antes los cazadores eran respetados y venerados, pero ahora son
apartados y despreciados. En ese contexto de veneración todos recordamos
que, en tiempos pasados, nuestros padres salían de casa con la escopeta
al hombro y perro en traílla, juntándose en partidas de caza en la
plaza del pueblo, con mulos cargados de los pertrechos necesarios con
los que partir al cazadero. Resultaba un espectáculo y el resto de
vecinos los saludaban, animaban y se decía: “¡Ahí van los cazadores!”,
destacando en las conversaciones la fama y cualidades venatorias de los
perros y sus dueños, o el que mejor puntería atesoraba, con discusiones
ajenas al compañerismo existente en el colectivo cazador, pero con un
trasfondo solidario con la práctica cinegética y en defensa de bienes
agropecuarios, en íntima unión dentro del mundo rural.
La actual separación del mundo rural del urbano acentúa el desconocimiento de la labor de conservación que supone la caza, lo que origina ataques continuos de extremismos radicales solicitantes de sus derechos, pero que pretenden menoscabar los de los demás, sin conocer el esfuerzo del día a día real que realizan otros en la recuperación de hábitats, el equilibrio poblacional de las especies silvestres, consecuencia de un desarrollo social y económico y de bienestar cada vez más insostenible para nuestra fauna silvestre, y de la labor social de la caza en el control de especies causantes de daños y siniestros que, en muchas ocasiones, van en contra de la propio bienestar social y la vida de las personas.
Los cazadores realizan tareas merecedoras de los más altos grados de honorabilidad; sin embargo, son subestimadas desde la ignorancia y, en consecuencia, se pide el derecho a ser respetados como cazadores, al igual que los cazadores respetan o deben respetar a los demás y la ley, y a ser tratados con dignidad, decoro y honorabilidad, como un derecho fundamental de nuestra sociedad.
La actual separación del mundo rural del urbano acentúa el desconocimiento de la labor de conservación que supone la caza, lo que origina ataques continuos de extremismos radicales solicitantes de sus derechos, pero que pretenden menoscabar los de los demás, sin conocer el esfuerzo del día a día real que realizan otros en la recuperación de hábitats, el equilibrio poblacional de las especies silvestres, consecuencia de un desarrollo social y económico y de bienestar cada vez más insostenible para nuestra fauna silvestre, y de la labor social de la caza en el control de especies causantes de daños y siniestros que, en muchas ocasiones, van en contra de la propio bienestar social y la vida de las personas.
Los cazadores realizan tareas merecedoras de los más altos grados de honorabilidad; sin embargo, son subestimadas desde la ignorancia y, en consecuencia, se pide el derecho a ser respetados como cazadores, al igual que los cazadores respetan o deben respetar a los demás y la ley, y a ser tratados con dignidad, decoro y honorabilidad, como un derecho fundamental de nuestra sociedad.
Fuente: UNAC