miércoles, 8 de septiembre de 2010

Los wladimirlos

ESTAMOS en una lectura de la naturaleza y de la economía en parcelas aisladas y nos han acostumbrado a una serie de declaraciones sobre protección de esta o aquella especie o espacio separándolas de la sociedad y, por supuesto, de los campesinos. Así, tenemos numerosas categorías de protección que sólo interpretan unos supuestos especialistas, aisladas de la cultura, la economía y de la sociedad en la que han convivido los hombres y la naturaleza.

Los mirlos, al igual que el resto de las aves, han estado unidos a los agricultores. Las tierras labradas y los sembrados aportaban el espacio vital para los mismos, pero ahora la maleza -zarzas, helechos, tojos, cañaverales, hinojos- ha alterado su espacio vital, concentrando la población de mirlos y otras especies silvestres en las reducidas parcelas cultivadas, como son la vid y otros frutales. Es decir, gran parte de su hábitat ha sido alterado e incluso el equilibrio que mantenían con otras especies rapaces que los diezmaban está roto.

Los pocos agricultores que quedan hoy en día encuentran un campo cargado de maleza donde las "mundicias" apenas dejan algo al agricultor, a lo que se une importaciones de choque que hacen que las papas, el vino o los productos ganaderos apenas cubran costes, como de hecho ocurre con productos importados de países terceros (salarios de hambre) que aquí venden como de la Unión Europea.

Por otra parte, las leyes de protección ambiental protegen todo bicho viviente excepto a los agricultores, de tal manera que matar una paloma rabiche significa una sanción por más de 12.000 kilos de papas al agricultor (a 0,40 euros el kilo) o, lo que es lo mismo, unos 6.000 euros.

Tenemos un serio problema con las fincas abandonadas, ya que debido a la falta de actividad están cubiertas de zarzas, helechos, tojo, magarzas, etc. Éstas constituyen verdaderos focos de plagas para los cultivos, causando problemas a toda mejora posible en el medio rural, así como a la prevención de los incendios forestales, que han nacido casi todos en fincas abandonadas en los últimos años, como ha ocurrido en Los Campeches y La Hornaca, lugares donde, en muchos casos, las Brigadas Forestales han de aplicar la cizalla con permiso del juez.

Por lo tanto, necesitamos un marco legal que castigue el abandono del campo como lo proponía la Ley de Medidas Urgentes, que ahora descansa en el congelador de la burocracia. Necesitamos una Administración ágil, sencilla, que favorezca volver a la tierra: cuartos de aperos vallados, sorribas, mejoras de riego o pistas, freno a las importaciones de choque y al fraude con las importaciones de alimentos, plagas y enfermedades; dignificar al agricultor y las producciones locales y no como ahora, que hasta las ofrendas al santo las hacemos con frutas de importación. En una palabra, dignificar social y económicamente al agricultor y al ganadero, verdaderos cuidadores ambientales y jardineros del medio rural.

No es admisible que lo urbano sólo envíe al campo inspectores al estilo del represor Matute, con leyes inaplicables que miden los metros cuadrados que tiene el goro del cochino o el gallinero y con más preocupación por los lagartos que por los agricultores; leyes en las que las leyendas de los wladimirlos son alegatos malintencionados al igual que otras sobre envenenamiento de los conejos desde el helicóptero o que no dejamos limpiar los montes.

En este caso, es necesario aclarar lo que dice que son los wladimirlos. Se trata de una leyenda malintencionada en la que, por lo visto, en el cabildo tenemos fincas donde criamos mirlos y después nos dedicamos a soltarlos, a miles, en puntos concretos de El Palmar, Tierra del Trigo y Tegueste para que se coman las cosechas. Otra mentira más que tenemos que soportar y que algunas mentes perversas alimentan, pero que, evidentemente, no tienen nada de cierto. Ni tenemos fincas donde criamos mirlos ni envenenamos a los conejos desde los helicópteros, como tampoco prohibimos que la gente limpie los montes. Hasta ahí podíamos llegar.

El Cabildo de Tenerife no entiende el medio ambiente separado del campo y los campesinos. No hay una naturaleza separada del hombre y su cultura; todos estamos en el mismo barco: pinos, laurisilva, papas bonitas, cabras y campesinos, y cómo no, también los urbanitas. Apostar por el futuro también es beber en las fuentes donde bebieron nuestros abuelos, que nos dejaron la naturaleza que conocemos antes de inventar miles de leyes y de manchar de tinta los mapas con una serie de categorías de protección en el papel copiadas del medio urbano, alejadas de la realidad social y ambiental que vive y también sufren nuestra gente y la naturaleza, en la que mirlos y campesinos han convivido desde la noche de los tiempos sin incubadoras y, por supuesto, sin tanta teoría de lo que hay que hacer en el territorio.

WLADIMIRO RODRÍGUEZ BRITO

Fuente: ELDIA.es